miércoles, 15 de septiembre de 2010

Todos los nombres

Mi papá se llama Oscar Horacio. Cuando nací él había elegido ponerme Aquiles, pero mi madre no estuvo de acuerdo. Propuso una alternativa y el ego paterno no pudo rechazarla: los mismos nombres que mi padre pero al revés. Y acá estoy: Horacio Oscar.
Seguramente conocen las razones por las que les pusieron el nombre. Pueden estar asociadas a una persona querida por los padres, o a la rareza, ser elegidos por la originalidad, o formar parte de una tradición familiar, en fin, motivos no faltarán. Lo cierto es que antes de saber quiénes somos ya nos llaman por nuestro nombre. Nos marca para toda la vida sin que hayamos participado en la elección.
Nacemos en un entramado de deseos que pertenecen a nuestros padres, el nombre se sumerge en los orígenes de nuestra subjetividad. Nos marca en la sexuación y la identidad. Para el niño ser ese nombre implica todo un proceso de apropiación que acompaña la adquisición del lenguaje.
Decir: “yo soy …” es ocupar un espacio en el mundo que se proyecta durante toda la vida y alcanza hasta la última expresión escrita en el epitafio: “aquí yace …”
Una poeta nacida en Buenos Aires, Perla Rotzait, escribió “Si esto es el nombre”. Como creo que los poetas son los que más saben sobre el lenguaje les dejo unos fragmentos:
“Olvidar el nombre propio es perderse
indiferenciarse
cuando lo sustituyen por un número
el hombre se convierte en un número.
La fuerza del nombre es tan grande
que si la locura está en alguien
                       que se llama como yo,
                        mi yo tiembla.
Y cuando el martillo golpea y te nombro,
                        sé quién eres.
Y cuando pido que alguien me reconozca
es porque pronuncias mi nombre
y como cada ser recrea el lenguaje al nacer,
la palabra florece en cada uno
y cada uno le insuflará vida
cuando de vida se trata.
El resto es dejarse vivir
dejarse hablar
dejarse vivir.
Nada.
Mi nada es la nada
de antes del bing bang.
(…)
El nombre es lo único que llevamos del nacimiento a la muerte.
Eres Ana. No Ana María. Eres Ana. Alguien que lee mis poemas.
El nombre es, te hace, te reconoce. Te miras al espejo y dices: Soy Ana, Ana de ahora, la que existe.

¿Quiénes no existen? ¿A quiénes se les ha robado el nombre?

Ves una cárcel y un número.
Ves una cámara y un número.
Ves la lista del botín de guerra y son números.

A los heterónimos, tan llenos de nombres, no les alcanza uno solo para tanto ingenio, para tanto genio, Pessoa.
¿Y los que ocultan su nombre? ¿Los que transforman su esencia? Ya no más las Nieves de Varsovia, Conrad, ya no más.
Los nombres trascienden:
Lilit será siempre la maldad.
Otelo será siempre los celos.
Ofelia, la locura.
Julieta la juventud y el amor.
Los bolus serán siempre la nada: No existen."
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