viernes, 27 de agosto de 2010

Gabriel García Marquez nos habla sobre el valor de las palabras

Botella al mar para el dios de las palabras


A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe. Ahora sabemos, ademas, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras.
Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor.
No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber como se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.
La lengua española tiene que prepararse para un ciclo grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de diecinueve millones de kilómetros cuadrados y cuatrocientos millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en los Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga cincuenta y cuatro significados, mientras en la república del Ecuador tienen ciento cinco nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aun no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero, dijo: ``Parece un faro''. Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazo un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que Don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejo escrito de su puño y letra que el amarillo es el color de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cereza que sabe a beso?
Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempos no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa.
En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. Y que de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?
Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que les lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis doce años.
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viernes, 20 de agosto de 2010

Fontanarrosa y las malas palabras.

El negro Fontanarrosa llenó de alegría nuestras vidas con sus dibujos y sus historias. Recuerdo  la revista "Humor", que me acompañó en la adolescencia, y las historietas de Fontanarrosa abriendo perspectivas con respecto a la triste realidad social y política que vivíamos.
Los videos que presento son de una conferencia del negro en el Congreso de la Lengua Española que se realizó en Rosario en el año 2004. El tema en cuestión son las "malas palabras", "palabrotas", "groserías", o como quieran llamarlas.
A los niños les fascinan las malas palabras. En su trayecto de apropiación de los géneros discursivos, experimentan con ellas y juegan con las reacciones que despiertan en los otros cuando putean.
Pero, más allá de esa magia de interacción con el entorno, las "palabrotas" parecen tener una fuerza especial en cuanto a la entonación, la prosodia, la música.
Fontanarrosa cuenta como nadie esta naturaleza de las "malas palabras".
Dice, por ejemplo:
"No me preocupa que mi hijo o los amigos de él insulten permanentemente, lo que me preocuparía sería que no tengan una capacidad de transmisión y de expresión y de grafismo al hablar".
"Cuando más matices tenga uno, más se puede defender para expresarse".
"(Las malas palabras)... se destacan por sonoridad, por fuerza, por contextura de la palabra".
Para que todos puedan acceder al discurso pueden leerlo completo en este link:
http://edant.clarin.com/suplementos/especiales/2007/07/20/m-1461288.htm
Pero, no hace falta agregar más nada. Disfrútenlo:



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miércoles, 18 de agosto de 2010

Landriscina y el diálogo

Luis Landriscina es un cuentista argentino que interpreta brllantemente los usos y costumbres populares.
Además de divertirnos, con sus relatos podemos apreciar y analizar las formas de relación que hacen a una comunidad. Ver que el lenguaje mucho más que un instrumento es una pasión, y mucho más que un propósito de comunicación es una fuente inagotable de conocimiento y de placer; de juego y de poesía.
En este archivo de audio se muestra cómo el diálogo excede al código y se aprecian funciones del lenguaje muchas veces olvidadas como la expresión de identidad.

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miércoles, 4 de agosto de 2010

El "fort-da" en poesía

Leímos desde el psicoanálisis acerca del "fort da",el análisis que hizo Freud del juego infantil. Ese niño que con un carretel que aparecía y desaparecía resignificaba la presencia y ausencia materna.
Desde el lenguaje, la función de esas dos palabras en el juego nos muestran la fuerza de sustitución, la instancia de significacion e incluso la negación, como posibilidades lingüísticas.
Una poeta que conocí recientemente, la bonaerense Irene Gruss, nos ofrece en su poema: "Juegos con mi hija" otra lectura del juego infantil. ¿O será la misma?


"Se tapa la cara
con un pañuelo azul, y
dice
que no está. Se cae el pañuelo
y mi hija aparece,
porque la iluminación
en un escenario no es real. Hay
un redondel de luz que se mueve
dentro y fuera de lo que estamos
viendo, y todo
lo que allí pase va a ser aceptado,
como quien acepta la historia.
Mi hija aparece tras el pañuelo azul; su cara
se ilumina como en cualquier escenario,
y ahora dice que
está, como quien confirma
la magia."
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